De monos, eslabones y otros cantares.
En estos días azules de mayo transcurre la primavera alterando con su
presencia la sangre a todos. Bueno, para ser sinceros, a algunos más que
otros.
Esta guagua, con rumbo ignoto por tierras de Babilonia, descubre estupefacta
que se conmemora, en estos días, el descubrimiento de lo que se denomina el
eslabón perdido entre los humanos y los simios (algo así como un lémur mono)
y que han tenido la genial idea de bautizar como Ida. Al parecer nuestra mona
Ida, con cariño lo de mona, esta en perfecto estado, y eso que tiene una edad
de 47 millones de años. Aclaramos antes de que alguno salga a comprar las
velas del siguiente cumpleaños: es un fósil. En perfecto estado pero fósil.
Lamentamos comunicar desde esta guagua que tal descubrimiento es una
abominable falacia, una dulce milonga versada desde la noble literatura
científica para obtener a saber qué tipo de oscuro beneficio. Tenemos pruebas
más que demostrables de que tal eslabón está vivo y se mueve entre nosotros.
Podría ser su vecina uno de ellos, mutantes, ladrones de cuerpo se ocultan
entre las masas campando a sus anchas. Y nos hay solamente uno, hay
cientos de ejemplares rondándonos con su esperpéntica presencia.
Estos eslabones vivos, que no perdidos, dan muestra de ser el auténtico
homínido que disfrazados de sapiens alegran con su presencia tope cutre
nuestro matrix diario.
Y además, lo que es peor, aparte de compartir acera, edificio y oficina, más de
uno está motorizado, por lo que tenemos diversión asegurada durante
kilómetros y kilómetros.
Por ejemplo, nada más levantarse por las mañanas tenemos ese cafre al
volante que alegra en clave de do mayor, la sinfonía mañanera de ruidos
urbanos con el claxon todopoderoso. La pita, como cotidianamente se le
conoce, debería fabricarse con una conexión directa al alternador, de tal
manera que según aumentemos la presión sobre ella, notemos en nuestras
huellas dactilares una descarga eléctrica “in crescendo”. Con este ejercicio
pauloviano tenemos dos posibilidades: Que bien, mientras el sujeto salive,
disipe su fruición por el uso innecesario del sonoro artilugio, o bien, que se
quede pegado, fusionado y tostado para la eternidad en su volante de cuero,
napa o similar.
Este ejemplar de homínido basa su filosofía circulatoria, en la hipótesis de que
su bocina es el elemento universal capaz de resolver el embotellamiento
matutino del tráfico. Además de creer ser el único con discernimiento sobre el
bien y el mal para adjudicarse el título de juez sonoro y “pitador” de la
manzana. Total, tanta bravuconería automovilística, para llegar a la oficina
servilmente y entonar a su superior: Si “bwana”, lo que usted ordene.
Si hay algo que nos llene de adrenalina el cuerpo y sentirnos como Fernando
Alonso en nuestro GP diario y no televisado, es notar el aliento motorizado del
vehículo que comparte con nosotros la Pole Position.
Cada vez es más habitual, en estos tiempos de crisis, modestos utilitarios
ataviados con diversos elementos que facilitan la conducción deportiva. A
saber: llantas de 16” y perfil reducido, escape triple de titanio, faldones
serigrafiados con disparos o margaritas, alerones o leds de colores hasta en la
antena. Un sinfín de elementos que nos hacen dudar si lo que tenemos al lado
es un coche o parte del mostrador de la ferrería del barrio que salio de paseo.
Estos “fitipaldi” hacen ronronear estruendosamente el motor de su vehículo
posiblemente para destupir los manguitos del carboncillo residual derivado de
la combustión. O eso dicen.
Total, que entre el de la sonora pitada (véase el elemento del párrafo anterior)
situado tres puestos detrás del nuestro, y los acelerones del vecino de carril, en
un par de semanas veo que la salida del semáforo de mi calle lo retransmite el
calvo de la fórmula uno. Con los jocosos comentarios de Pedro de la Rosa, por
supuesto.
Por último, que sería de los conductores sin esa exquisita selección musical de
nuestro pinchadiscos favoritos. Ese ser noble y caritativo, prócer del buen
gusto, “DJ del asfalto” que deleita parte de nuestra ruta con los últimos éxitos
de “reguetón” o como se escriba, cumbia o cualquier otro ritmo caribeño de la
factoría sound machine. Las obras de este conductor se gestan en un equipo
con mp3 “pa las canciones que me bajo con los colegas”, equipo de altavoces y
refuerzo de bajos digno de una macrodiscoteca, y sobre todo, con los cristales
de las ventanas bajados. Que nada ose perturbar la comunión entre las notas
que salen de ahí y nuestros oídos.
Desagradecidos somos al no darle las gracias cuando se nos pega
amistosamente a menos de veinticinco metros de nuestro vehículo. Ingratos.
He aquí pues una breve demostración de nuestra hipótesis sobre el eslabón
perdido y su pervivencia homínida en nuestros días.
Buenas noches y buena suerte.
Gustavo Reneses