sábado, 28 de marzo de 2009

EVS-EL DIA 27 de marzo de 2009









Viaggio in groppa al tonno

Viaggio in groppa al tonno.

En estos incipientes días azules con efímeras excepciones meteorológicas en forma de impertinente precipitación líquida, se cumple el nosecuantos aniversarios de la película oficial de Pinocho, esa historia de un mentiroso contada por otro gran mentiroso cuya referencia desgraciadamente es la única que tenemos en nuestros recuerdos más lejanos.

Resulta que las iconografías y desventuras que atesoramos de este embustero palitroque saltarín nos remiten a la empalagosa factoría californiana. Sin embargo si somos justos –poco habitual y según para qué- fue el bueno de Carlo Collodi, allá por el año 1882, cuando escribe para un periódico florentino “Storia di un burantino” y “Le venture de Pinocchio”, unos episodios de un sádico muñeco taruguero a la sazón el bueno de Pinocchio.

Pinocho, ñoñerías aparte, es el relato del viaje iniciático de un ser buscando el sentido de la vida. La tira de celuloide coloreado narra con más o menos acierto, las zancadillas que la existencia nos pone a lo largo de los años que vivimos en Babilonia, los buenos momentos, las penas, las dudas o las encrucijadas, en definitiva: la vida real con sus vicios y virtudes. El hilo argumental de la narración queda magistralmente hilvanado por los filamentos de la marioneta que muere para vivir. El clásico resurgir entre las cenizas cual ave fénix, para alcanzar -entre las lágrimas del respetable-, su particular nirvana.

Resulta curioso -por no decir desalentador- que en nuestra tecnosociedad occidental, el descenso a los infiernos se torna como un ejercicio arcaico de mentes puretas y es preferible tomar un atajo molón que nos llevé a saborear los dulces néctares del Edén a ser posible con gafas de sol tipo “cool-after” de marca molona, un tatuaje como el “profe” de cualquier realitichou, y, por supuesto, ataviado con un i-pod o i-phone como un perfecto i-mbecil para estar on line all the time.

El atajo en cuestión nos remite a un conjunto de actitudes que conducen a la intencionada desautorización del análisis empírico del conjunto de vivencias que nos ha tocado, en suerte o en causalidad, vivir y dirigirse -sin despeinarse- por una espiral de indolencia a velocidad absurda. Una aceleración catalizada por una ola intelectualoide abanderada con la ausencia de razonamiento crítico, que sin pudor alguno fomenta el narcisismo vacuo basado en la simplificación de la realidad y ataviada, como no podía ser de otra manera, prêt-à-porter.

Hasta la popular canción tatareada por todos en algún momento: “Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir se le cayó la caña y pescó con la nariz” sufriría hoy de esa esquizofrenia vírica, simplista y frívola.

En primer lugar algún legalista le pediría a Pinocho la documentación en regla para ejercer la noble práctica de la pesca. A continuación un grupo de ecologistas se encadenarían a alguno de los pilares de algún puente que cruza el Guadalquivir pidiendo el cese del maltrato animal. En medio del alboroto entre antisistemas y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, un grupo de científicos incautaría las piezas pescadas por el muñeco para analizar el estado químico de las mismas y permitir su consumo y/o venta. Un grupo de simpatizantes del folklore local acuerdan en asamblea constituyente in situ, una variación de la denominación del río según la comunidad autónoma donde se cante la dichosa copla para evitar agravios comparativos y desigualdades geográficas. Al pobre infeliz con los nervios de la situación, se le cae la dichosa caña -vete a saber donde- y se las ingenia para usar los aparejos de pesca en su prominente sensor olfativo –craso error-, ya alguien de dudosa moral denuncia a nuestro Pinocho ante las autoridades competentes por uso fraudulento e inmoral de las extremidades del cuerpo. Además en medio de toda esta situación, un aguerrido equipo de televisión, aparte de tomar las imágenes más polémicas y casposas a orillas del río Guadalquivir/Miño/Pisuerga/Obi/Congo o Mississippi, se encarga de visitar a parientes hasta tercer grado de consanguinidad para realizar un exhaustivo análisis del autismo de Pinocho que le lleva a aislarse peligrosamente de la sociedad y refugiarse en el “siempre turbio mundo pesquero”. Posteriormente y durante los siguientes quince días los tertulianos más destacados del panorama social realizarán interminables entregas televisivas acerca del uso no regulado por parte del sector infantil de cañas de pescar y el consiguiente riesgo de exclusión social que lleva aparejado ese deporte. Además se moviliza a todos los colectivos mediante sms para realizar manifestaciones pacíficas en todos los ayuntamientos. ¡Que todo sea por el bien de nuestra sociedad!

Fracaso escolar, absentismo laboral, incapacidad creativa, uniformidad de pensamiento, televisor como sustituto de la educación, youtube como ventana al mundo o tertulianos festivaleros como analistas políticos, son partes de la triste realidad cotidiana. La crónica de un suicidio intelectual anunciada y estimulada por una continuada ausencia de gnosis, de la cuál ya, ni Pepito Grillo sabe donde está.

  

 

 Gustavo Reneses

sábado, 21 de marzo de 2009

EVS-EL DIA 20 de marzo de 2009









Rayas

 

Solo voy con mi pena

Sola va mi condena

Correr es mi destino

Para burlar la ley

Perdido en el corazón

De la grande Babylon

Me dicen el clandestino

Por no llevar papel

 (Clandestino | Manu Chao, 1998)

En estos días de rojas aguas teñidas por la sangre de la indiferencia y de la estéril acusación mutua, me pregunto si queda algo de ética, coherencia y raciocinio en la raza humana.

Recuerdo como de niño miraba fascinado los Atlas multicolores que pululaban por mi casa e intentaba imaginar cómo era el mundo de grande y cómo serían las personas que vivían en esos misteriosos lugares de nombres mágicos. Hoy a un clic de nuestro ratón -en la “Chorripedia”, por ejemplo- podemos preguntar por cualquier recóndito rincón de nuestro globo y tenemos al instante un insultante número de fotos, mapas físicos y políticos, la historia de la región en cuestión (que básicamente se reduce a luchas de sangre de muchos para el beneficio de pocos), variopintos índices económicos (¡recuerdo leer en los viejos compendios geográficos incluso el número de transistores por cada 1.000 habitantes!) y hasta enlaces hachetetepianos con los principales órganos de control del país. Como decían entonces: “Todo el Mundo al alcance de su mano”. Y casi cierto es, ya que actualmente, las magnitudes físicas terrestres caben en un pendrive, aunque sus desigualdades resultarían imposibles de compilar.

También me hipnotizaban las redes de rayas que surcaban los mapas: latitudes, longitudes, trópicos, husos horarios, principales rutas aéreas trasatlánticas, proyecciones cilíndricas, cónicas y hasta incluso azimutales gnomónicas.  Pero por encima de todas ellas, destacaban las fronteras, curiosos trazos humanos que dividían la epidermis planetaria con una frivolidad insultante. Las más normales eran las divisorias en sistemas montañosos, islas  o ríos pero también habían algunas de imposible comprensión: marítimas o aéreas (¿quién es el que pinta líneas en el aire? y es más, ¿cuántos peldaños tiene su escalera?), e incluso me llamaban la atención las fronteras dentro de fronteras.

Ahora con el paso de los años me pregunto si los exclusivos cotos que contemplaba en aquellos mapas trazados con genial maestría cartográfica, simbolizan realmente la delgada línea que separa a la raza humana de la avaricia homínida territorial.

Por muchas centurias que transcurran, el ser humano, como ser animaloide y terruñal que es, seguirá con su innata querencia por trazar divisiones ficticias sobre la vieja piel de nuestra roca madre. El noble génesis de las mismas puede tener connotaciones místicas, geográficas o históricas con irrebatibles razones, pero sin duda alguna, y por encima de todas, reina la eterna excusa de crear esas divisiones irreales para gobernar políticamente, coercitivamente o económicamente tanto a los de dentro como a los de afuera. Aunque en este último caso y de forma elegante se denomina: tratados comerciales o diplomacia, según sea el caso.

De estas marcas trazadas con plumillas y a ritmo de latigazos nacen sus hijas, quizás menos representadas en los mapamundis, pero de una importancia vital para los que pululamos por las tierras de Gaia. Así las fronteras culturales, económicas y sociales son las trillizas insolentes que con sus caprichosas decisiones truncan los anhelos de muchos babilonios. Silenciosas como las sombras, penetran en nuestra realidad cotidiana envolviéndonos con cálidos mantos raídos y susurrandonos, entre sueños, mantras vanos que van dibujando en nuestra conciencia redes de rayas que nos aíslan inexorablemente a unos de otros.

Y al final de todo, dará lo mismo nuestra postura sobre ellas y sus hijas, unos las  ignorarán y otros las seguirán amando. Ellas, ajenas a nuestras luchas fraticidas, seguirán inalterables con esa sonrisa rígida e inhumana acotando de forma virtual espacios físicos con gente real atrapada entre sus barrotes.

 Gustavo Reneses

EVS-EL DIA 13 de marzo de 2009









El circo de las mentiras

En estos días de bendito éter garzo los babilonios respiramos felicidad al ver la tregua meteorológica que nos regala Eolo y sus camaradas volátiles.

Nos preguntamos si las preces babilonias de la anterior parada (véase Babilonia en Guagua del viernes 6 de marzo de 2009) conmovieron a nuestro áureo lucero y es por ello que nos deleita esta semana con su cálida presencia. En cualquier caso imploramos desde aquí las súplicas necesarias para que nos custodie incandescentemente hasta bien finalizado el estío, y si es posible, gran parte del otoño y principios del próximo invierno.

Las fechas primaverales están próximas, y al son de fanfarrias se acerca a nuestra ciudad el itinerante espectáculo de las artes malabares que con sus multicolores quimeras, carcajadas y un cuidado elenco de remotos artistas, dibujan la ilusión en los rostros de mayores y pequeños. 

Diversas civilizaciones diputan la paternidad de las ágiles destrezas enmarcadas en lienzos entoldados. Amadas por unos y denostadas por otros, - véase el poder- han cumplido décadas, siglos e incluso milenios entre nosotros. Han servido de mágico canal itinerante de artes imposibles entre grupos humanos separados por miles de kilómetros pero que vibraban al mismo compás cuando las troupes se instalaban por unos días en sus villas.

Sentado en esta parada guagüera o guagüil (que siempre es más divertido de pronunciar que autobusera o autobusil), contemplo la misteriosa Luna llena que a últimas horas de la tarde se eleva lentamente con un tamaño y luminiscencia monumental. Lentamente mi mente transfigura la escena, y es ahora, el astro que nos ilumina, el foco principal que usan los maestros de ceremonias cuando nos hipnotizan desde la arena del circo. Además, si me fijo bien, el cielo que nos cubre, en un increíble acto de metamorfosis, se convierte en una carpa esmerilada que acoge a cientos o miles de estrellas que con su tintineante latir luminoso parecen las pupilas de ávidos espectadores deleitándose con nuestras correrías diarias.

Empieza la revelación entre nubes desgarradas por la brisa nocturna:

¿Quién nos observa? ¿Quién se divierte a costa de nosotros? Rebotan en mi mente estas frases mientras angustiado levanto mis manos buscando los hilos que nos unen con el maestro titiritero. Los veo. Son muchos, pero de naturaleza evanescente.

En la siciliana Polichinela, el espectáculo nos brinda la clásica dicotomía de la lucha diaria con la muerte, alcanzando un estado apoteósico. No nos damos cuenta, pero si miramos alrededor, a las dimensiones corpóreas y cuánticas de nuestro teatro, el luthier de guiñoles cada vez maneja más sutilmente los hilos de nuestra tramoya contemporánea, convirtiéndonos sin percibirlo en simples muñecos de feria y con nosotros posiblemente la dicotomía del arte de la vida se diluye inexorablemente en los triviales pantanos de la mediocridad mediática.

Los múltiples mensajes externos que recibimos son confusos y contradictorios. Son vacíos e inertes. No tienen lógica. No pueden ser meditados, si pudiéramos ver a través de ellos buscando su lógica desaparecerían, porque sencillamente no existen. Pero da lo mismo, no tenemos tiempo para examinarlos, exigimos más circo para evadir nuestra responsabilidad analítica, escudriñamos cualquier rincón oscuro con la esperanza de encontrar algún gramo de soma que alivie y aligere nuestro caminar.

Por este motivo el circo sin pan que nos arrojan desde el palco está lleno de ídolos ataviados en rocambolescas artes no escénicas y en escenas sin arte que nos sacian temporalmente de la real y continuada decadencia existencial, moral e intelectual, a la cuál, y eso es verdaderamente desolador, nadie parece prestar la debida atención. Quizás ya no importe. Ya nada importa, en realidad, sólo era una ensoñación.

Vuelve a ser de noche, la luna brilla regia y señorial en el cenit de la bóveda celeste ajena a los problemas babilonios, mientras que los hilos de mis manos eran simplemente restos de serpentinas enredadas de algún espectáculo ya olvidado del circo de la vida.


Gustavo Reneses

EVS-EL DIA 6 de marzo de 2007









Comienza marzo y empezamos el primer EVS del mes con una ensalada amarilla de ética y estética. Que la disfruten...

Rapsodia en amarillo

En estos días de eterno gris en la cúpula celeste y de gélidos amaneceres, mañanas, mediodías, atardeceres y noches, me pregunto qué le hicimos al Sol y porqué nos abandonó a finales del mes de septiembre para no regresar. Cinco meses sin sus caniculares rayos acariciando nuestra piel subtropical son demasiado castigo. De lejos me parece oír los gritos de “Algoreros”, perdón, de agoreros vaticinando un calentamiento global -con sus modelos de predicción basados en datos anteriores al año 2000- y de lo cálidos que iban a resultar nuestros inviernos. ¡Santos varones!, ojalá hubieran tenido razón y viéramos subir el mercurio más allá de los 20 grados en este periodo otoño-invernal. Lo necesito. Son cinco meses, veinte semanas, ciento cuarenta días en una cruel nevera húmeda a veintiocho grados de latitud sobre el trópico. Menos mal que alguien dijo tímidamente entre brumas y neblinas que: “Año de nieves año de bienes”. O eso es una máxima sólo aplicable a los prósperos nórdicos con su imperturbable economía y calidad de vida, o los alegres muchachos del INEM, BCE, Ministerios de Economía y de Trabajo, bancos y cajas de ahorros no se han enterado de la misma y siguen fustigándonos con titulares morrocotudos.

Precisamente amarillos como los rayos de nuestra amada estrella más cercana, son los personajes de ficción que recogen las páginas centrales de nuestro bendito suplemento. Casi como un suspiro añorando el tiempo estival, han pasado la friolera de veinte años desde la aparición de los Simpsons en la arena televisiva, convirtiéndose por derecho propio en un icono iconoclasta de nuestra televisiva sociedad contemporánea.

El satírico y deslenguado universo simpsoniano ha “sacado las tiras” a la humanidad que los gestó con una total y venerable irreverencia entre los enfervorecidos aplausos de la masa popular. Las andanzas de sus antihéroes y las situaciones a caballo, entre psicodélicas y ridículas, definen con trazo firme el retrato social del mundo occidental desde una ácida caricatura.

Aunque desde diversos foros se ha intentado etiquetar la serie como “progre” o “antisistema”, la verdad es que en boca de sus autores, se ha abanderado un liberalismo a ultranza como piedra angular en la que construyen su mordaz crítica. En uno u otro sentido, la audiencia los devora en todas y cada una de sus reposiciones, no sabiendo si porque el amplio espectro televisivo que los degusta es de tendencia liberal, o porque la ideología no es asimilada por la masa, prefiriendo la estética a la ética.

Llegados a un punto donde se generan muchos dólares por metro cúbico, tienen forzosamente que rondar por las cabezas pensantes de la serie, los famélicos buitres que anuncian la muerte por éxito o envenenamiento de glamour.

La muerte por éxito es la disolución de la ética en un estético frasco de formaldehído. Los detractores de la serie, argumentan una disminución en la crítica más inteligente en los últimos años de la misma hacia unas posiciones más grotescas y sin contenido ácido en la epistemología de la serie. Cabe destacar que es más hilarante reírse de un eructo, pedo o similar encapsulamiento gaseoso corpóreo a desgranar la triste realidad de la decadencia occidental en todas y cada una de sus envolturas.

Seguimos con triste mirada quijotesca cómo las manifestaciones individuales y comunitarias, salvo honrosas y escasas expresiones, tienen a la uniformidad estética y a la ausencia de crítica razonada. Resignados como mansos atardeceres de verano ante el despiadado general invierno, podemos adivinar como el apestoso fango amarillo cubrirá sin excepción (acelerado o no por el calentamiento global), las más preciadas obras humanas, apareciendo ante nuestros ojos un extenso pantanal de mediocridad exitosa.

Y para muestra, un botón: la expresión del personaje Homer Simpson “D´oh”  (en ingles es el equivalente a lo que nosotros le oímos como auh) aparece recientemente en el Oxford English Dictionary.

Como diría D. José Ortega y Gasset: “Que no sabemos lo que nos pasa: eso es lo que nos pasa.”

 Gustavo Reneses

sábado, 7 de marzo de 2009

EVS-EL DIA 27 de febrero de 2009









Con una parada obligatoria para descansar, Babilonia se asomó a la última semana del mes de febrero con la siguiente aportación: "Olores de Carnaval". Que lo disfruten. 

Olor a Carnaval

En estos días de intenso hedor en las calles de nuestra ciudad, vienen a esta parada por Babilonia dilemas ético-morales acerca del concepto libertad, tan denostado últimamente.

Dada la belleza de la palabra, han intentado adoptarla desde diferentes escuelas de pensamiento, incluso escuelas sin pensamiento o cualquier tertuliano televisivo de la prensa del corazón.

Tristemente, esta palabra tiene facultades elásticas, y es capaz de adquirir el significado que más se ajuste a la corriente que lo abandere, o más bien, a los intereses que convienen temporalmente a la corriente que lo abandere.

Hace unas semanas, un compañero ya casi amigo de toda la vida, me recomendó leer un interesante ensayo escrito por Isaiah Berlin, acerca de la libertad y sus dos interpretaciones. Por un lado está la “Libertad Negativa” que en palabras llanas sería la ausencia de obstáculos para poder hacer lo que a uno le entre en gana y el otro sería la “Libertad Positiva” que sería algo así como poder hacer algo no porque nadie me lo impida sino porque esté posicionado para poder hacerlo.

Para ilustrarlo mejor, pasemos a un ejemplo típico de manual de cuarto de la ESO: Un teleadicto quiere votar a su supercandidato en un superreallityconcurso chupi de la tele enviando un sms seguido de la palabra vota al 7700 porque es el mejor que canta-baila-enamora a un granjero o porque realiza espectaculares ruidos guturales mientras come. Esto es libertad negativa, amiguitos, porque puede hacer lo que le venga en gana porque está en su derecho. Sin embargo, si el personaje teleadicto, no dispone de saldo, su móvil con cámara de 15 burrigigas, blutú y radio AM/FM incorporada no tiene cobertura o está tan lejos del sofá que no tiene energía vital para arrastrase hasta el mencionado terminal telefónico y no puede enviar su voto; esto sería “Libertad positiva”, queridos alumnos, porque aunque nadie se lo impida, no está posicionado para realizarlo.

Sea cual sea nuestra elección o punto de vista, debe existir una correspondencia vital entre libertad y responsabilidad de los actos. Ya que de no existir tal reciprocidad, la libertad se denominaría libertinaje.

Desgraciadamente la bucanería intelectual y la ingenieria del libertinaje han prostituido vilmente los conceptos de libertad y han ultrajado impunemente los núcleos de pensamiento y ciencia, en pro de un lerdismo generalizado donde “nadie respeta lo de nadie” ni intelectualmente ni materialmente. Así de sencillo, así de triste y así de decadente es el futuro de la sociedad en la que navegamos.

Cada vez son más habituales las frases “porque es mi derecho”, “yo también me lo merezco”, “si ese lo tiene yo también”, “en mi opinión yo creo deque” y así un reguero de sesudas interpretaciones de la realidad desde el campo del anodino conocimiento uniformado e uniformante basado en la ausencia de un pensamiento crítico.

Llegados a este punto, usted se preguntará que tiene que ver el título del artículo “Olor a Carnaval” con lo hasta aquí expuesto. Buena pregunta. Pasemos a la exposición del nudo y ulterior desenlace.

Pasa la semana y un olor nauseabundo asoma entre los coches. Me pregunto si estamos importando petróleo de ínfima calidad, si el aceite de los motores de mis vecinos es de una marca blanca o si el asfalto a los 55 años de colocado desprende tal vaporoso aroma. Desgraciadamente, no es ninguna de las tres cosas, ni es la suma de las tres tampoco.

Descubro estupefacto que el origen del olor tiene su génesis en la pantagruélica muchedumbre que abanderando su concepto de “libertad negativa” y protegidos por el salvoconducto del libertinaje carnavalero realizan entre sombras, micciones, defecaciones y demás emisiones de líquidos corporales entre los vehículos, jardines, portales, cubos de basura, parterres, farolas y cualquier recoveco que permita un alto grado de intimidad entre su culo y la acera o carretera.

Cantidades ingentes de deyecciones corporales, por no decir “abundantes tronchos de mierda”, son depositados impunemente entre los bienes ajenos usurpando la libertad negativa de los otros conciudadanos, que ajenos a la indisposición carnavalera transitoria de los primeros, sufren los efectos colaterales, no del Carnaval, sino de la depravación moral de éstos. 

Cadenas para impedir que se fuercen cancelas, cartones, plásticos y chapas metálicas en los portales, litros de salfuman, lejía y otros antibacterianos son atesorados por quienes ven vulnerados sus derechos individuales, para afrontar con dignidad el amanecer de una injusta batalla.

Por el rumbo azaroso que está tomando la proa de nuestra nave en un mar de indolencia, me pregunto por la verdadera tragedia de los bienes comunes -donde aquello que es de todos a nadie le importa- y por el concepto de libertad individual que se diluye inexorablemente en un desfile de máscaras uniformadas por un pensamiento único.

 

 Gustavo Reneses

EVS-EL DIA viernes 13 de febrero de 2009










Babilonia se paró esta vez en Hollywood, para recrearse en la entrega de los Oscars. Su título fue como no podría ser de otra manera "And the Oscar goes to..." Que lo disfruten.

And the Oscar goes to…

En estos días de carnestolendas multicolores, asoma en la madrugada del domingo al lunes, la madre de todos los espectáculos cinematográficos: la ceremonia de entrega de los Oscar.

Desde las angelinas colinas de acebo (holly - wood) tapizadas de verdes dólares, el glamour se apodera de los inmortales del celuloide para darnos algo de sarna y envidia a los llanos mortales de carne, hueso y algún mullido michelín.

De cuentistas y contadores de historias está la meca californiana plagada. Nos han hecho una veces reír, otras llorar y la mayoría alucinar con imposibles efectos mágicos.

Son tan buenos mentirosos (veáse el Diccionario de la RAE 3. Adj. Engañoso, aparente,fingido,falso) sus profesionales, que nos hemos creído prácticamente todas sus interpretaciones de la historia de la humanidad, por muy disparatadas que sean.

Es triste que para muchos, los únicos ojos de la realidad que poseen, estén tamizados por lacrimógenas escenas envueltas en etéreas notas y tan volubles como el volumen del parné depositado a tal efecto. Así, con toda una sarta de desvaríos e improperios, han hecho crecer a generaciones enteran creyendo a pies juntillas que:

(Recomendación: leer todo rápidamente y sin coger aire)

Los indios, rusos y vietnamitas eran los malos más malos que han pisado jamás el planeta Tierra. Que en nuestra Galaxia viven miles de civilizaciones que se alían en la República y luchan contra el maligno Imperio. Además, si osaran invadirnos, los podríamos repeler a lo Will Smith con un virus de Windows en un diskette de 3,5”, CD o DVD  (me pregunto, ¿y si son más listos porque no usan Mac?). Que el baseball es un deporte “superentretenido”, o sea, chupi. Que las animadoras de instituto aparte de llevar exuberantes pompones de colores y gritar histriónicamente por cualquier motivo, representan el puesto laboral junior más codiciado por todas las féminas americanas. Que se puede hacer el salvaje con el coche (bueno, más bien con inmensas moles rectangulares generalmente de color marrón con una raya crema) por las calles de nuestra ciudad impunemente y que, además, aguantan balazos de cualquier calibre que se precie; hasta incluso, pueden ser escalados por un T800 en plena autopista panamericana (que en versión insular sería la TF-1 a la altura de Abades). Que hablando de coches, el límite de velocidad en los USA, pese a parecer endiablada, no superan nuestros 80kh/h, pero mola mazo reventar los límites en millas por hora. Que debajo de nuestra taza del water se puede colocar una bomba, y que siempre se desconecta cortando el cable de color… ¡contra, nunca me acuerdo! Eso me preocupa seriamente… y si un día me encuentro con el dilema cableril y corto el rojo en lugar del azul, del amarillo, del verde o del marrón… ¿me iré a tomar viento, hablaré por los labios de Woopie Goldberg o penetrare etéreamente por su televisor? Que los piques de la PSP, Wii y similares son para mascachapas, los valerosos de verdad se pican en duelos inhumanos, vistiendo chaquetas de cuero, pelo engominado y cabalgan a todo trapo en coches frente a frente o maqueados con llantas picudas a lo cuadriga romana. Hablando de romanos y sus primos los griegos, nunca había imaginado que en esa época había tanto torso varonil depilado, ambiguas caras angelicales afeitadas con triple hojilla y algún reloj de pulsera made in japan. ¡Jesús! deja coger aire que me mareo.

En honor a los próceres paters de nuestra orgullosa cultura occidental, desde esta columna del otro lado del Atlántico, también hacemos nuestra particular entrega de premios a los más brillantes por su destacada labor en los últimos meses.  

Y así, nuestros Oscar van para:

Mejor película: La Crisis.

Mejor Director: Desierto.

Mejor Actor: Los mileuristas, con suerte.

Mejor Actriz: Las mileuristas, con suerte.

Mejor guión original: Está por escribir.

Mejor película de ficción: El Euro.

Mejor fotografía: Las furibundas colas en las rebajas de cualquier centro comercial.

Mejor diseño de vestuario: Glamuroso y de outlet.

Mejor montaje: Las hipotecas.

Mejor película de habla no inglesa: ¡Mándese una papa!

Mejor Banda Sonora: Alguna que no sea reggaeton… ¡por favor!

Mejores Efectos Visuales: Las previsiones del Banco Central Europeo

Felicidades a todos los premiados y esperemos de corazón que para el próximo año las categorías sean copadas por profesionales más optimistas.

P.D: ¡Feliz Cumpleaños Carol!

 

 Gustavo Reneses

EVS-EL DIA 6 de febrero de 2009









El mes de febrero fue corto en días y en Babilonias, porque uno de los EVS no salió por ajustes carnavaleros. Comenzamos la ruta mensual por un artículo titulado El Bueno de Oz, ya que en eso días las páginas principales comentaban el aniversario de la película el Mago de Oz. Que lo disfruten.

El bueno de Oz. 

When all the world
is a hopeless jumble
and the raindrops
tumble all around
Heaven opens a magic lane ...
When all the clouds
darken up the skyway
there's a rainbow
highway to be found
leading from your windowpane
to a place behind the sun
Just a step beyond the rain ...

 

Cuando el mundo entero
es una confusión irreparable
y las gotas de lluvia
caen por todas partes
el Cielo abre un sendero mágico ...
Cuando todas las nubes
oscurecen el firmamento
aparece el camino del Arco Iris
para que lo encuentres
conduciéndote desde tu ventana
hacia un lugar detrás del sol
Unos pasos más allá de la lluvia ...

 

Somewhere over the Rainbow (Arlen y Harburg), 1939.

 

En estos días de nubes menos grises y temperado celsiano, nuestro suplemento EVS nos trae el recuerdo del setenta aniversario de la película El Mago de Oz, un metraje de culto envuelto en un mágico celofán infantil.

Si estuviéramos en  cualquiera de los versos del chamánico poeta Morrison, el personaje de Dorothy Gale, estaría experimentando un proceso similar a los viajes interdimensionales de alteración sensorial inducidos por ingestión masiva de elementos alucinógenos, bien cultivados en un verde jardín, o bien, concebidos en un remoto alambique de una pseudo-apoteca. Vamos, fliparlo con peyote, mezcal o similar.

En sus peripecias iniciáticas la inocente muchacha errante se encuentra con tres “freaks” o inadaptados sociales, a saber: un espantapájaros sin cerebro, un hombre de hojalata sin corazón, y un león cobarde. Tres elementos que nos exponen magistralmente,  la clásica dicotomía entre lo interior y lo exterior, el emic y el etic, o el ego versus alter-ego.

En otras palabras, estos tres inadaptados, no son tal, sino que representan seres frustrados por no poder dar a la sociedad, lo que la sociedad espera de ellos. ¿Es acaso ético que la sociedad satanice a un león pacifista, o que se mofe de un espantapájaros racionalista, o que humille a un hombre de hojalata que aspira a una profunda vida interior?  

Qué triste es la tiranía grupal que ahoga las ansias de luz del conocimiento individual. Que grises son los días de uniformado intelectual, bajo el paraguas del mantra “políticamente correcto”. Mientras, lágrimas de oro derraman nuestros dioses a la espera que alguien beba de ellas.

A veces creo ver en los charcos dorados que nuestra conciencia es algo así como un termómetro. Esto es: si nos sentimos relajados, apoltronados, comodones, es que estamos dulcemente alienados por la pérfida sociedad. Estamos fríos, impertérritos, no nos movemos, casi muertos. En la indolente quietud nos sentimos seguros, ya que, nuestra supervivencia está garantizada. Diluimos nuestra esencia en miles de trampas colectivas como clubes sociales, equipos de fútbol o religiones. Todo vale con tal de encontrar la primitiva seguridad del grupo.

Por el contrario si el mercurio asciende rápidamente hasta alcanzar mayores cotas, es que nos estamos envolviendo de un fabuloso estado febril. Nuestra conciencia se rebela contra el hipócrita encorsetamiento de los impersonales e injustos valores impuestos. Tenemos conciencia de nuestra propia identidad, de nuestra individualidad, en ese preciso momento somos realmente libres porque se nos ha revelado la necesidad de abandonar el cómodo sofá opiáceo para caminar por el camino amarillo rumbo a Oz.

Gustavo Reneses

domingo, 1 de marzo de 2009

EVS-EL DIA Viernes 30 de enero de 2009









Con esto cerramos el primer mes del año 2009, un Babilonia más musical ambientado en la temática cultural que nos invidió ese mes. Que lo disfruten.

Entre tragos de tequila y sustos musicales.

 

En estos días de nubes grises y cielos de limpio garzo gélido, nuestra ciudad es bendecida por unas merecidas notas de calor y buen rock and roll.

Ellos se pueden tomar solos, con hielo, limón o en cualquier otra combinación, pero, sin duda, tu paladar no quedará indiferente a sus seductoras notas en compás musical de cuatro por cuatro.

Sin muchas presentaciones Tequila, por derecho propio, está entre los más grandes de la galería artística de nuestro país, y bueno, de Argentina también, ya que este cóctel combina sabiamente las notas de ambos extremos del Atlántico.  Alquimia erudita que nos dejó placeres como “Rock and roll en la plaza del pueblo”, “Salta”, “El ahorcado”, “Mr. Jones”  o las “Vías del ferrocarril”, entre otros. Además, como todos los mitos duraron poco, sólo cuatro vinilos. Lo justo, ¿para que más?

Nunca dejará de sorprenderme la magia de la música y su habilidad para hacernos atravesar el espacio-tiempo con sólo oír unas notas. “Rock and roll en la plaza del pueblo” lo oí por primera vez en un guateque de los de antes, era la fiesta de cumpleaños de un primo mío. En un garaje, con sonido de vinilo, con mirinda, sándwiches, pantalones de pana y apretadas camisetas de algodón con algún Naranjito. Recuerdo incluso el olor de ese garaje y la humedad de los vinilos acumulados. Era el principio de los ochenta.

Sin entrar en melodramas nostalgicoides sobre esa época, reconozco que se nos han ido muchas cosas. La principal: nuestra capacidad para ser felices disfrutando con lo poco que teníamos y en la verdadera compañía que nos hacíamos los unos con los otros. Sin frías tecnologías, sin mp3, sin televisores digitales, sin ipods, sin tdt, sin perfiles sociales en Internet y sin artilugios inanes de utilidad fútil. Teníamos la extraña habilidad para estar más conectados que en el presente. En la actualidad, preferimos estar aislados pero  interconectados por las frías redes cibernéticas, que mezclados pero entrelazados por los cálidos lazos de humanidad. Que curiosos somos los humanos.

 

Sin ánimo de presumir de profetas por los vaticinios enviados al mundo desde nuestro modesto viaje por Babilonia, oímos en los mentideros culturales, que los mercaderes musicales han tardado poco en rescatar a los iconos musicales ochenteros del Black Power (véase Babilonia en Guagua del 14 de noviembre de 2008).

Michael Jackson, nuestro maiquel llacson de toda la vida, está preparando un musical ambientado en su segundo albúm en solitario “Thriller”. ¿Se acuerdan del acojo-videoclip de un tiznado Jackson en plan hombre lobo de garras krugerianas y ojos amarillento tipo lunes resaquero?

Para los que en aquella época cursábamos los primeros cursos de la EGB, ese vídeo fue una constante iconográfica en nuestras peores pesadillas nocturnas. Riánse ustedes del Euribor, de las profecías de San Malaquías o de la pseudo-crisis económica mundial… unas nimiedades al lado de esas danzas diabólicas que sacudía el menor de los Jackson Five. Hablando de menores… la verdad es que no me queda claro el motivo de la evocación de la época dorada Maikel en versión musical (que tendremos la suerte de ver interpretar posteriormente a los aspirantes de algo en cualquiera de los reallity-show que bombardean nuestras digestiones).

Por un lado, si pienso mal, la verdad es que recaudar un buen pellizco a golpe de taquillazos por los teatros del mundo debe sanear una economía jacksoniana marcada por decenas de oscuros casos inmorales. Además si sigo pensando mal, ¿no será que con los ojos cegados por el nuevo brillo de la Casa Blanca, estamos siendo seducidos por los antiguos iconos como burros con zanahorias atadas en cañas?

 

En tal caso, ante estas crueles dudas que me asaltan, opto por saltar en el salón de mi casa como si estuviera en la plaza del pueblo. Y como dijo Jackson al final de Thriller, me despido así: ¡¡¡Buajajajajajaja!!!

 

P.D: ¿De qué/quién se reía?

 

 

 

Gustavo Reneses