Viaggio in groppa al tonno
Viaggio in groppa al tonno.
En estos incipientes días azules con efímeras excepciones meteorológicas en forma de impertinente precipitación líquida, se cumple el nosecuantos aniversarios de la película oficial de Pinocho, esa historia de un mentiroso contada por otro gran mentiroso cuya referencia desgraciadamente es la única que tenemos en nuestros recuerdos más lejanos.
Resulta que las iconografías y desventuras que atesoramos de este embustero palitroque saltarín nos remiten a la empalagosa factoría californiana. Sin embargo si somos justos –poco habitual y según para qué- fue el bueno de Carlo Collodi, allá por el año 1882, cuando escribe para un periódico florentino “Storia di un burantino” y “Le venture de Pinocchio”, unos episodios de un sádico muñeco taruguero a la sazón el bueno de Pinocchio.
Pinocho, ñoñerías aparte, es el relato del viaje iniciático de un ser buscando el sentido de la vida. La tira de celuloide coloreado narra con más o menos acierto, las zancadillas que la existencia nos pone a lo largo de los años que vivimos en Babilonia, los buenos momentos, las penas, las dudas o las encrucijadas, en definitiva: la vida real con sus vicios y virtudes. El hilo argumental de la narración queda magistralmente hilvanado por los filamentos de la marioneta que muere para vivir. El clásico resurgir entre las cenizas cual ave fénix, para alcanzar -entre las lágrimas del respetable-, su particular nirvana.
Resulta curioso -por no decir desalentador- que en nuestra tecnosociedad occidental, el descenso a los infiernos se torna como un ejercicio arcaico de mentes puretas y es preferible tomar un atajo molón que nos llevé a saborear los dulces néctares del Edén a ser posible con gafas de sol tipo “cool-after” de marca molona, un tatuaje como el “profe” de cualquier realitichou, y, por supuesto, ataviado con un i-pod o i-phone como un perfecto i-mbecil para estar on line all the time.
El atajo en cuestión nos remite a un conjunto de actitudes que conducen a la intencionada desautorización del análisis empírico del conjunto de vivencias que nos ha tocado, en suerte o en causalidad, vivir y dirigirse -sin despeinarse- por una espiral de indolencia a velocidad absurda. Una aceleración catalizada por una ola intelectualoide abanderada con la ausencia de razonamiento crítico, que sin pudor alguno fomenta el narcisismo vacuo basado en la simplificación de la realidad y ataviada, como no podía ser de otra manera, prêt-à-porter.
Hasta la popular canción tatareada por todos en algún momento: “Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir se le cayó la caña y pescó con la nariz” sufriría hoy de esa esquizofrenia vírica, simplista y frívola.
En primer lugar algún legalista le pediría a Pinocho la documentación en regla para ejercer la noble práctica de la pesca. A continuación un grupo de ecologistas se encadenarían a alguno de los pilares de algún puente que cruza el Guadalquivir pidiendo el cese del maltrato animal. En medio del alboroto entre antisistemas y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, un grupo de científicos incautaría las piezas pescadas por el muñeco para analizar el estado químico de las mismas y permitir su consumo y/o venta. Un grupo de simpatizantes del folklore local acuerdan en asamblea constituyente in situ, una variación de la denominación del río según la comunidad autónoma donde se cante la dichosa copla para evitar agravios comparativos y desigualdades geográficas. Al pobre infeliz con los nervios de la situación, se le cae la dichosa caña -vete a saber donde- y se las ingenia para usar los aparejos de pesca en su prominente sensor olfativo –craso error-, ya alguien de dudosa moral denuncia a nuestro Pinocho ante las autoridades competentes por uso fraudulento e inmoral de las extremidades del cuerpo. Además en medio de toda esta situación, un aguerrido equipo de televisión, aparte de tomar las imágenes más polémicas y casposas a orillas del río Guadalquivir/Miño/Pisuerga/Obi/Congo o Mississippi, se encarga de visitar a parientes hasta tercer grado de consanguinidad para realizar un exhaustivo análisis del autismo de Pinocho que le lleva a aislarse peligrosamente de la sociedad y refugiarse en el “siempre turbio mundo pesquero”. Posteriormente y durante los siguientes quince días los tertulianos más destacados del panorama social realizarán interminables entregas televisivas acerca del uso no regulado por parte del sector infantil de cañas de pescar y el consiguiente riesgo de exclusión social que lleva aparejado ese deporte. Además se moviliza a todos los colectivos mediante sms para realizar manifestaciones pacíficas en todos los ayuntamientos. ¡Que todo sea por el bien de nuestra sociedad!
Fracaso escolar, absentismo laboral, incapacidad creativa, uniformidad de pensamiento, televisor como sustituto de la educación, youtube como ventana al mundo o tertulianos festivaleros como analistas políticos, son partes de la triste realidad cotidiana. La crónica de un suicidio intelectual anunciada y estimulada por una continuada ausencia de gnosis, de la cuál ya, ni Pepito Grillo sabe donde está.
Gustavo Reneses