Un día en el cine.
"Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en
gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace
desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no
necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no
hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra
espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos
hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock.
Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy
cabreados."
Brad Pitt en el “Club de la Lucha”.
En estos días azules del ecuador del mes juliano, el calor y la tranquilidad
parece que son los elementos ideales para recordar el cómo éramos y vernos
en el espejo del prensente como somos. Momento adecuado para desempolvar
de la guantera de nuestra guagua babiloniera el teorema de idiotización
colectiva (ya desarrollado en entregas anteriores) al que estamos siendo
sometidos, en gran parte, gracias a la ñoñería apadrinada por nuestros
políticos y bendecida por la LOGSE. ¡Y todo eso por haber ido al cine!
Resulta que por esto de la paternidad, la crisis y el nivel del metraje
cinematográfico de los últimos años, hacía muchísimo tiempo que no acudía a
una sala de cine. Posiblemente más de cinco años, para los más curiosos.
El asunto en cuestión es que disfruté de una sesión cinéfila en el adalid del
monopolio del ocio, o eso bombardean durante los tres primeros minutos de
metraje. Pero no adelantemos acontecimientos.
La primera diferencia es que llegué al cine motorizado, las últimas veces que
recuerdo, había sido caminando. Entre otras cosas porque la oferta estaba
diversificada por la geografía urbana de nuestra ciudad, para alegría nuestra y
de los histéricos del cambio climático. Perdón, por los histéricos e histéricas,
paridad lingüística ante todo, no vaya a ser que pase como con el término
machista del PIB. Que tío más cerdo el PIB...
Resulta que una vez que llego a la taquilla, me encontré con una especie de
pecera impresionante, que no se si estaba pidiendo las entradas en el cine o en
la torre de control de cualquier aeropuerto internacional e intergaláctico.
Posiblemente fuera lo segundo, ya que en lugar de decir: “dos para la 3”, había
que fijarse en un panel multicolor con más de 10 salas y 20 películas, que
parpadeaban a la vez y además, tenían horarios extraños, difíciles de
pronunciar. ¿Qué humano puede decir sin atragantarse deme seis entradas
para la diecisiete en la sesión de las dieciséis y cuarenta y tres?.
Aunque lo mejor estaba por llegar.
Me dice la señorita-controladora aérea interplanetaria ¿En qué fila, caballero?
Acto seguido lo primero que pienso es que odio la palabra caballero cuando se
refieren a mi, porque entre otras cosas, no tengo caballo. Pero obviando esa
frikada mental. Lo segundo que pienso es cómo se puede elegir la fila sin ver
que personal va a compartir contigo los frigo-metros cuadrados que rodean la
butaca del cine. ¿Y si me toca una jauría de adolescentes come cotufas?
(palomitas o pop-corns si nos lee desde otras latitudes babilonias). ¿Si delante
mío atraca el Queen Mary II y la única solución es ver la película con el
retrovisor de mi vehículo en la mano? (Menos mal que vine en automóvil)
¿Cómo vamos a elegir la butaca por adelantado? Es ilógico, es más,
antinatura.
Como no iba a disertar sobre el asunto taquillero, respondí escuetamente:
“Centradas, por favor.”
Seguimos con las sorpresas cineras, ¡atención!: Me preguntan por el aséptico
altavoz si acudía a la sesión 2D o 3D.
Miré discretamente el calendario de mi “blacberri” (antes hubiera sido el reloj
Casio) para asegurarme que seguíamos en la vigésimoprimera centuria.
Y antes de decir: ¿porqué no? Vamos a probar la 3D. Me comenta que son 3
euros (500 calas/5 libras/quinientas pesetas más). O sea, que a los 5,70 euros
de la entrada le tenía que sumar 3 euros más, total 8,70 euros. Cantidad que
multiplicada por 6 arrojaba la bonita cifra de 52,20 (Más de nueve mil pesetas =
cena de lujo de hace un par de años.) Ante el incremento geométrico del nivel
de transaminasas en sangre, bilirrubina y hasta mala leche, dije escuetamente
(de nuevo): Para la sesión de 2D, gracias.
Nota Simpática: Resulta que, iluso de mí, pensé que con esos 3 euros extras,
te regalarían las gafas 3D. No, simplemente es una tasa revolucionaria, por el
usufructo de las mismas durante 90 minutos. A 0,03 céntimos el minuto, más de
cinco pesetas el minuto.
Tras recoger las cutre entradas para la mísera película en 2D, avanzamos en
escaleras automáticas al interior del cine.
Como templo titánico en medio del desierto, imposible e improbable de
esquivar, se abre ante nosotros una barra colosal con cientos de miles de
cotufas, bebidas azucaradas con gas y zurullos de coña versión varios.
Por lo que parece, hay que pedir algo.
Me acerco a la barra para observar la carta, cuando una “borderita” (señorita
borde) también “borderito”, si hubiera sido el caso, me espeta: “Gjeixritm
express?”. Yo respondo: ¿perdón?. A lo que repite el mismo mantra: “Gjeixritm
express?”.
Rápidamente hice un listado mental con todo lo acabado en express que se me
ocurría y que podría rimar: american express, cafetera express, billetes para el
express de las 15:00 horas?.
Dije: “No. Simplemente estaba mirando.
Nota a posteriori: Hay una cool-tarjeta que te permite saltarte las colas “by the
face”. Pero si no la tienes, no puedes acercarte alegremente a la barra.
Azorado volví a la cola.
Cuando llegó mi turno, como no había podido traducir la mercancía alimentaria
disponible (el cartel posiblemente estuviera escrito en sánscrito o germano
medieval). Improvisé. Ya que la formulación lingüística partía de la misma raíz,
y se declinaba el resto: Maxi-Combo, Super-Combo, Combo-Chulo, Chulo-
Combo-Power y el Combo Infantil con gominolas de colores, opte por fijarme
en el precio. La broma es que ninguno bajaba de 5 euros (novecientas pelas
por cotufas y cacacola, cacanaranja o sevencaca), cantidad que sumada a los
anteriores 5.000 euros, arrojaba la cómica cantidad de … da lo mismo. No voy
a monetizar los momentos de placer en familia.
Ya en el cine lo típico: butacas, pantalla, oscuridad, rumiantes de cereales
varios y algún estornudo animal. Bueno por lo menos no había cambiado todo.
Gustavo Reneses